jueves, 24 de febrero de 2011

Directiva CPN convocará


Hola amigos y amigas periodistas.
 
Tengo conocimiento que en el fin de semana que se aproxima se reuniría la junta directiva del Colegio de Periodistas de Nicaragua, CPN, y que entre sus temas de agenda tiene la convocatoria al congreso para la elección de "una nueva junta directiva".
 
Sin embargo, me han informado que los directivos han adelantado la reunión, la cual se está produciéndose en estos mismos instantes en que redacto este comentario que serviría para hacer el llamado a dejar de darle largas al asunto.
 
Tengo entendido que esa convocatoria debió realizarse desde enero pasado y que la tardanza solo tiene el propósito de impedir que los nuevos aspirantes a cargos de elección en el CPN, puedan realizar su campaña proselitista con holgura.
 
En tanto, también se sabe de las pretensiones reeleccionistas de al menos dos de los actuales miembros de la directiva, cuya plataforma ha sido el ofrecimiento de terrenos en el sector de Tipitapa y los "favores hechos a los colegas, particularmente a los periodistas valetudinarios".
 
No se debe permitir la reelección de nadie en la directiva del CPN, mucho menos cuando quienes pretenden reelegirse no han hecho nada consistente para el gremio y solo se han procurado enaltecer su ego, inspirados por asesores externos inescrupulosos.
 
Esos asesores que han influido con la pretensión de convertir en reos a los periodistas ancianos, por desgracia desvalidos, porque se les proporciona una ayuda para sobrellevar sus difíciles cargas, es una aberración, más aún, una abominación. Ese trato mezquino hacia estos hombres de quienes aprendimos y en los que se sustenta mucha de la historia de nuestro periodismo, no puede pasar desapercibido.
 
Los periodistas valetudinarios que reciben una pensión del Colegio de Periodistas de Nicaragua, no están en la obligación de hacer pleitesía a nadie por el beneficio que reciben, pues, el Colegio como tal, (y no es potestad de la directiva sino del colegio), está en la obligación por imperio de la ley, de continuar proporcionando esa ayuda que tanto necesitan.
 
Necesitamos gente con una madurez excepcional en la directiva del Colegio de Periodistas de Nicaragua, que sepa que llega a un órgano de dirección colegiado y que no es su voluntad ni sus caprichos los que van a prevalecer sino los de un gremio que a gritos pide una renovación en la conciencia del periodismo nacional.
 
Escojamos a verdaderos periodistas, de esos formados en las aulas universitarias, forjados en el fragor de la lucha por la dignidad del gremio, sin vicios de ninguna clase y sobre todo tolerantes frente a otras opiniones, que comprendan que nada fácil es andar taloneando las calles buscando el pan para sus hijos en las circunstancias terribles que estamos pasando cuando se han cerrado las puertas de la publicidad a muchos en un errado tratamiento hacia los y las periodistas.
 
De la reunión de hoy o la del fin de semana, debe salir la convocatoria para el congreso en el que se elegirá a un grupo de personas que realmente aprecie la profesión del periodista.      
 
De quienes han pretendido manipular la necesidad de los periodistas estoy compilando información. Hay organismos no gubernamentales, fundaciones y otros, que en ese afán están obteniendo, junto con los grandes medios, jugosas partidas en dólares, mientras a los periodistas reparten limosnas, de esos, voy a escribir después.

Mamely Ferretti Castaño
 
  

 

jueves, 3 de febrero de 2011

¿Le doy agua?


Por Mamely Ferreti

Mientras me tomaba del brazo izquierdo, aquel guardia casi suplicando, ansioso, preguntaba al jefe de la tropa, ¿Le doy agua a este? Un pequeño chollón en mi chimpinilla izquierda, me condenaba a muerte. Eran tiempos de la guerra de liberación.

Aún recuerdo aquel sabor nauseabundo que súbitamente se apoderó de mi paladar en medio de una sensación horrible que todavía hoy no puedo describir. Vi luego, en medio de mi resignación, el rostro angustiado de mi madre y la aflicción en sus ojos. A solo unos metros, rogaba al Supremo desde lo más hondo de su corazón no tener la desdicha de presenciar la ejecución de su hijo.

Aquel momento fue realmente terrible. Éramos unas quince personas. La mayoría sin embargo, llenos de serenidad, aquella que solo puede imponer la amenaza de las armas.

Pero la Tanita no podía controlar sus nervios. En medio de aquel drama, gesticulaba insistentemente. “Hay Diosito lindo”, “Ayúdanos Señor”, entre otras expresiones, salían de sus labios. Finalmente se sacó un documento de entre los bolsillos de su pantalón y lo entregó a uno de sus hijos, a Wicho.

“Tomá, andá decíle que tenés un hermano en la EEBI, que es mi hijo, enseñále este papel”. Pero el guardia hizo caso omiso y seguía torturando sicológicamente a todos, sobre todo a mí, teniéndome tomado del brazo.

La Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería, EEBI por sus siglas, era junto a la Oficina de Seguridad Nacional (OSN), la estructura más tenebrosa de la Guardia Nacional del dictador Anastasio Somoza.

Efectivamente, la Tanita tenía un hijo en la EEBI. El muchacho había sido enviado a esa “escuela” por sus tíos paternos, quienes se habían hecho cargo de él tras la muerte de su padre.

Era yo el más alto de los chavalos que aquella mañana de junio de 1979, un grupo nutrido de asustados y viejos guardias del ejército de Somoza, había sacado de sus casas junto a sus familias.

A todos nos juntaron en un solo lugar. Recuerdo que el único hombre del grupo era don Isidro, el señor de la casa contiguo a la mía y a la que nos fuimos a refugiar de los disparos de una tanqueta que se apostó frente a mi casa desde donde los combatientes disparaban a la guardia.

Estaba seguro que aquel soldado estaba decidido a matarme si el jefe lo consentía. Era un hombre totalmente distinto al resto de guardias. Más joven y corpulento, diría yo que era el único entrenado en la EEBI, donde enseñaban a matar gente inocente. Pero pese a su insistencia, nunca obtuvo la respuesta que esperaba.

Nunca voy a olvidar la actitud de aquel jefe de la tropa que con admirable paciencia, llenaba los magazines de su Galil con los dardos de la muerte.

No recuerdo el grado que cargaba sobre sus hombros, pero indudablemente tenía dominio sobre la tropa. Dijo que nosotros no habíamos hecho nada malo, que estábamos metidos en nuestras casas. De ese modo, negó la petición de su subordinado.

Pero era claro que habían llegado a concluir en ello después de revisarnos brazos, pecho, rodillas y no recuerdo qué otra cosa, pero no había en nosotros indicio alguno de que fuéramos los guerrilleros  que ellos buscaban.

El problema fue el chollón que el guardia vio en mi chimpinilla, causado por el golpe de un carretón que usé para acarrear agua desde la Escuela Normal hacia mi casa en la colonia 14 de Septiembre.

Lo de dar agua se volvió una expresión común en el argot militar que significaba darle muerte a alguien, una ejecución, generalmente de gente inocente, y fue tan conocida que en poco tiempo, ya formaba parte de la jerga popular.

Todos dábamos gracias a Dios, pero al mismo tiempo nos desconcertaba que no hubiéramos sido, alguno de nosotros, víctima de la arbitraria y brutal conducta de la Guardia Nacional. Nadie de mi callejón murió ese día pese a que un guardia fue blanqueado desde mi casa con un rifle 22.

Creyeron que había sido herido desde lo alto de la palomera de don Jorge DeTrinidad, la planta alta de un anexo de su casa, a la que la tanqueta hizo varios disparos pero ninguno lo impactó.

Tiros y otra situación embarazosa

La necedad del guardia desapareció súbitamente. Al tiempo que el jefe negaba el permiso para matarme, a media cuadra de donde nos tenían a merced de sus metralletas, se realizó un intercambio de disparos entre otros guardias que ya habían avanzado y los guerrilleros que a unos doscientos metros disparaban sus fusiles.

El jefe de la patrulla de inmediato dio órdenes y aquellos guardias dominados por el nerviosismo se movían a regañadientes, no era para menos, reflejaban sus rostros el terror que sentían por enfrentar a los combatientes.

Se adherían a las paredes como papel tapiz, algunos estaban petrificados y sólo esperaron a moverse cuando se sintieron respaldados por la tanqueta que debió maniobrar para salir del callejón frente a mi casa.

Para evitar que los “muchachos” les dispararan, nos mandaron a la calle llena de barricadas y obstáculos, a quitarlos, y mientras limpiábamos, hubo más disparos y todo el mundo se tiró al suelo. En el pavimento había mucho vidrio y de la misma manera que nos mandaron a la calle, nos hicieron meternos en la casa.

A mi hermana Danelia, un trozo de vidrio le causó una herida cuando nos tendimos sobre el pavimento para capear las balas. Una vez de pie, accidentalmente puso su mano herida en el pecho de Sergio, manchando su camisa.

Nadie se percató hasta que, luego de un rato, uno de los efectivos en la retaguardia, nos hizo salir de la casa nuevamente y otra vez, se produjo otro momento angustiante cuando descubrió la diminuta mancha de sangre en la camisa del muchacho.

Entonces, ahora al que querían ejecutar era a Sergio, uno de los hijos menores de don Isidro. Fue grande el temor que se apoderó de nosotros cuando pusieron al chavalo en la calle y el guardia en disposición de tirarle.

Se armó entonces una discusión con el genocida, a quien mi madre y don Isidro le explicaron el origen de la mancha de sangre y aún cuando vio las manos heridas de mi hermana dudó por un momento, pero luego dejó el asunto. Fue un momento horrible. Sergio moriría años después en un enfrentamiento bélico en las montañas del norte de Nicaragua.

El mismo guardia que nos hizo pasar por ese angustiante momento, luego estaba pidiendo agua y comida. Para entonces las despensas de nuestras cocinas contaban únicamente con frijoles y harina, abastecimiento que compartíamos los vecinos dadas las circunstancias. Agua teníamos en unos bidones negros que trajeron los gringos y que aún conservábamos desde el terremoto de 1972.

Casualmente había frijoles cocidos y don Isidro le dio al guardia un poco en una tasa sopera, la cual comió hasta que mi viejo vecino tomó una probada. Lo mismo pasó cuando pidió agua. Recuerdo que habiendo constatado que no había veneno, el guardia arrebató el recipiente con los frijoles cocidos, los cuales devoró rápidamente.

Otros guardias pidieron después hasta que nos quedamos sin comida, pero se fueron. En la otra calle continuaron con su faena mortal. Escuchamos más disparos. Uno de los combatientes a quien identificaron como Damián, originario de Diriamba, había caído.

Su cuerpo quedó tendido sobre la calle de tierra a orillas de la casa de don Jorge el “Radiotécnico”. Sus azules ojos quedaron abiertos, fijos en el infinito.

Otros dos muchachos, Marcelino, del otro solo recuerdo el apellido, Tijerino, vecinos de la Proyecto Piloto, fueron acribillados mientras intentaban refugiarse en la casa donde vivían los padres de Elvis Díaz cuando regresaban de comprar pan.